Nunca me gustó salir de fiesta en Navidad. Prefería el retiro tranquilo que me permitía echar la vista atrás, dar gracias por lo vivido, llorar lo perdido y esperar con ilusión aquello que ya estaba en camino...
Pero hay dos escenas de mi infancia que recuerdo con especial emoción. Una era "el momento uvas" y la otra "el momento risas". Me encantaba ver a mi familia con la boca llena de uvas tratando de no mirarse a los ojos para no estallar en una carcajada (la risa vivida en común unidad era rara avis en mi familia). Luego, salíamos a la terraza del piso con bengalas y las lanzábamos a la calle junto con el resto de vecinos. Ese momento era para mí de una especial emoción porque todo el mundo se desinhibía gritando: ¡FELIZ NAVIDAD! ¡FELIZ AÑO NUEVO!. Tenía la fugaz sensación de ir todos juntos en el mismo barco. Experimentaba por unos instantes la creencia, que realmente la gente se deseaba lo mejor desde el corazón; que al señor, al que no conocía, que me saludaba desde la terraza de enfrente, le importaba en verdad mi bienestar...Me parecía estar dentro de una de mis películas favoritas: Qué bello es vivir.
Luego, como unos fuegos artificiales, todo se apagaba...pero aún quedaba "el momento risas". Veíamos una película cómica y reía hasta que me dolían las tripas. La risa me ayudaba a "despegar" de mi cuerpo todas aquellas tristezas que se empeñaban en agarrarse a mí con uñas y dientes. Cuando por fin, de madrugada, nos íbamos a la cama, mi cuerpo y mi alma se sentían ligeros y preparados para empezar un nuevo ciclo.
Quizás este año toque ser conscientes de el carrito de los helados (cada uno el suyo)...y recordar que vinimos...a apostar por la Vida.
Buen camino.
RSB