viernes, 24 de agosto de 2012

Se me acaba el verano


Se me acaba el verano. Con buen cordón uno los días, como cuentas del precioso collar azul turquesa que adorna mi alma y mi vitalidad.


Ha sido un viaje de salud y quietud, de abandono real, de sosiego. Ganas de volar aunque aún no vuele muy alto. Cada día un magnun doble de chocolate, de promesas, de cervezas, de gratitud.


He dado tiempo, mucho rato, muchas tardes, luz y penumbra, a ver danzar visillos. Un baile continuo, irregular, con sombras dispares, luz de tarde, entre el sueño y la impagable sensación de placer que supone no tener que moverse, tumbada, quieta, en profundo silencio, sabiendo que el reloj marcará una hora pero que ese dato ni me inspira ni me urge. Y mientras, lo único que se agita a mi alrededor es un poco de tela ondulada por los frunces de su costura y esta brisa. Cierro los ojos. Nací en primavera por eso, estoy convencida, este movimiento, este danzar, lo veía desde la cuna y hoy me trae el susurro de mi verdad primigenia;  esa que tenemos al nacer y que olvidamos echando capas de personajes que se superponen, con los que representar papeles en este escenario diverso y dispar que es la vida.


Cierro los ojos y sé que vuelve el viento. Lo noto. Lo siento. Es un regalo que detiene el tiempo y mis latidos.


El mar ha vuelto a mi vida, Mediterráneo sabio de cultura, amores y guerras, danzando. También él bailaba continuo e irregular pero añadiendo su sonido profundo. Oigo el mar y ya me acoplo con la delicia. Y todo en mi se mueve con él. 75% de agua que me compone subiendo y bajando al ritmo de esta ola lenta que llega. Gracias. Baile que sube y se va y acompasa mi propio respirar. Debe ser ésto aquello que otros llaman meditación porque, de repente, no hay pensamiento, ni anhelo, ni deseo, solo presente de esta otra ola que llega. También noto que me falta sexo así que al menos este vaivén compensa la ausencia que no será por mucho.


He tenido ratos de mirar a nada, a la nada. De cerrar los ojos o de tenerlos abiertos y lo mismo daba. Y allí estaba yo. Entera otra vez. Recién parida. Consciente del regalo inmenso que es vivir. Que respirar este aire que entró en mí me hace más libre y graciosa. Y ahora se va para que llegue otro...


Sabiendo que, vaciada de casi todo mi pasado, me preparo para que venga de nuevo a mí la vida y me estalle dentro como hace ahora.


Volví a casa y recuperé al Dragón. Vuelo otra vez.


Gracias a todos los que habéis compartido este verano y una cerveza conmigo. Gracias por darme de comer, darme cama, piscina, ventanal para ver la línea infinita del mar, ese canto del gallo interminable de las tres a las seis (incansable sus tres horas al ver que nadie se levantaba). Gracias por las conversaciones y el silencio. Gracias a los que os hicisteis presentes por correo, por teléfono, distancias salvadas a base de tecnología y afecto. Soy afortunada. Conmigo váis.


SCG