"Y llegó una noche en que unos gritos despertaron al niño Ooruk y éste se incorporó de la cama, envuelto en sus pieles de dormir. Oyó un rugido como el de un oso, era su padre regañando a su madre. Oyó un llanto como de plata restregada contra la piedra, era su madre.
- Me escondiste la piel de foca hace siete largos años y ahora se acerca el octavo invierno. Quiero que me devuelvas aquello de lo que estoy hecha -gritó la mujer foca.
- Pero tú me abandonarías si te la diera, mujer -tronó el marido.
- No sé lo que haría. Sólo sé que necesito lo que me corresponde.
- Me dejarías sin esposa y dejarías huérfano de madre al niño. Eres mala.
Dicho lo cual, el marido apartó a un lado el faldón de cuero de la entrada y se perdió en la noche.
El niño quería mucho a su madre. Temía perderla y se durmió llorando...hasta que el viento lo despertó. Era un viento muy raro...y parecía llamarlo, Oooruk, Oooruuuuk.
Saltó de la cama tan precipitadamente que se puso la parka al revés y se subió las botas de piel de foca sólo hasta media pierna. Al oír su nombre una y otra vez, salió a toda prisa a la noche estrellada.
- Ooooooruuuuuuk
El niño se dirigió corriendo al acantilado y allí, en medio del mar agitado por el viento, vio una enorme y peluda foca plateada...la cabeza era muy grande, los bigotes le caían hasta el pecho y los ojos eran de un inmenso color amarillo.
- Ooooooruuuuuuk
El niño bajó del acantilado y, al llegar abajo, tropezó con una piedra -mejor dicho, un bulto- que había caído rodando desde una hendidura de la roca. Los cabellos de su cabeza le azotaban el rostro cual si fueran mil riendas de hielo.
- Ooooooruuuuuk
El niño rasgó el bulto para abrirlo y lo sacudió...era la piel de foca de su madre. Percibió el olor de su madre. Mientras se acercaba la piel de foca al rostro y aspiraba el perfume, el alma de su madre lo azotó cual si fuera un repentino viento estival.
- Oooh -exclamó con una mezcla de pena y alegría, acercando de nuevo la piel a su rostro.
- Oooh -volvió a exclamar, rebosante de infinito amor por su madre.
Y, a lo lejos, la vieja foca plateada...se hundió lentamente bajo el agua.
El niño saltó de la roca y regresó a toda prisa a casa con la piel de foca volando a su espalda y cayó al suelo al entrar. Su madre lo levantó junto con la piel de foca y cerró los ojos agradecida por haberlos recuperado a los dos sanos y salvos. Después se puso la piel de foca.
- ¡Oh, madre!¡No!¡No me dejes! -gritó Ooruk.
Y, de repente, pareció que la madre quería quedarse junto a su hijo, pero algo la llamaba, algo más viejo que ella, más viejo que él, más viejo que el tiempo. Volvió a mirarle con unos ojos rebosantes de inmenso amor. Tomó el rostro del niño entre sus manos e infundió su dulce aliento en sus pulmones una, dos, tres veces. Después, llevándolo bajo el brazo como si fuera un valioso fardo, se zambulló en el mar y se hundió cada vez más en él. La mujer foca y su hijo respiraban sin ninguna dificultad bajo el agua.
Ambos siguieron nadando cada vez más hondo hasta entrar en la ensenada submarina de las focas, en la que toda suerte de criaturas comían, cantaban, bailaban y hablaban. La gran foca macho plateada que había llamado a Ooruk desde el mar lo abrazó y lo llamó nieto.
- ¿Cómo te fue allí arriba, hija mía? -preguntó la gran foca plateada.
La mujer foca apartó la mirada y contestó:
- Hice daño a un ser humano, a un hombre que lo dio todo para tenerme. Pero no puedo regresar junto a él, pues me convertiría en su prisionera si lo hiciera.
- ¿Y el niño? -preguntó la vieja foca- ¿Y mi nieto? - continuó la vieja foca macho.
Lo dijo con tanto orgullo que hasta le tembló la voz.
- Tiene que regresar, padre. No puede quedarse aquí. Aún no ha llegado el momento de que esté aquí con nosotros.
Y se echó a llorar. Y juntos lloraron los dos.
Transcurrieron unos cuantos días y noches, siete para ser más exactos, durante los cuales los cabellos y los ojos de la mujer foca recuperaron el brillo. Adquirió un precioso color oscuro, recobró la vista y las redondeces del cuerpo y pudo nadar sin ninguna dificultad. Pero llegó el día del regreso del niño a la tierra. Aquella noche el viejo abuelo foca y la hermosa madre del niño nadaron junto a él. Regresaron cada vez más alto hasta llegar al mundo de arriba. Allí depositaron suavemente a Ooruk en la pedregosa orilla bajo la luz de la luna.
Su madre le aseguró:
- Yo estoy siempre contigo. Te bastará con tocar lo que yo haya tocado, mis palillos de encender el fuego, mi ulu, cuchillo, mis nutrias y mis focas labradas en piedra para que yo infunda en tus pulmones un aliento que te permita cantar tus canciones.
La vieja foca macho y su hija besaron varias veces al niño. Al final, se apartaron de él y se adentraron nadando en el mar. Tras mirar por última vez al niño, desaparecieron bajo las aguas. Y Ooruk se quedó porque todavía no había llegado su hora.
Con el paso del tiempo el niño se convirtió en un gran cantor e inventor de cuentos que, además, tocaba muy bien el tambor y decía la gente que todo se debía a que de pequeño había sobrevivido a la experiencia de ser transportado al mar por los grandes espíritus de las focas. Ahora, en medio de las grises brumas matinales, se le puede ver algunas veces con su kayak amarrado, arrodillado en cierta roca del mar, hablando al parecer con cierta foca que a menudo se acerca a la orilla. Aunque muchos han intentado cazarla, han fracasado una y otra vez. La llaman Tanqigcaq, la resplandeciente, la sagrada, y dicen que, a pesar de ser una foca, sus ojos son capaces de reproducir las miradas humanas, aquellas sabias, salvajes y amorosas miradas."
Cuento "Piel de foca, piel del alma" del libro Mujeres que Corren con Lobos de CLARISSA PINKOLA ESTES.