No tuve ídolos a los que adorar en la adolescencia. Me gustaba hacer las cosas a mi manera. Pero sí había algo que me encantaba...el cine. Veía todo tipo de películas. Daba igual el país de origen, la temática, la época o los actores. Adoraba re-vivir (y hoy sé que es así) todo tipo historias. Cualquier relato en el que estuviese implicado un ser humano me parecía apasionante. De aquella "afición" surgió otra que consistía en "forrar mi vida" de fotos de secuencias de aquellas películas. Forraba los libros, las carpetas, la puerta del armario, el escritorio...Rostros y rostros allá donde posaba la mirada.
Mi profesión me permitió continuar con las historias.
En mi memoria no existe una clasificación por orden de importancia o significación. Cada uno de esos relatos, de esas vidas, me parecieron en su momento igualmente bellos y enriquecedores y en todos ellos observé un denominador común: la necesidad del ser humano de hacerse notar, de "ser visto", de ser re-conocido, de ser aceptado...de ser amado. He encontrado muy pocas personas que se limiten a contar su historia sin compararse, sin etiquetar y sin etiquetarse...que no se sientan amenazados cuando alguien a su lado muestra fuerza o seguridad...que no pongan cara de sospecha o avidez cuando una mano se extiende hacia ellos.
Vivimos con sensación de amenaza en un estado de necesidad constante. Nos movemos, tratando de encontrar nuestra fuerza, ninguneando la del resto o juzgándonos con dureza. Enjuiciamos acciones y vivencias muy alejadas de nuestra realidad en vez de buscar la forma de encontrar nuestra complementariedad abrazando el propio valor, y reconociendo el "del otro".
Hoy vuelvo a mirar una de esas imágenes que me acompaña desde aquellos años: Una mujer y un hombre que se miran a los ojos sobre un campo dorado...y bendigo "mi suerte".
RSB
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