Hay tímidos que encierran sus besos en puños cerrados
como cuando se decide si piedra, papel o tijera.
A los descarados no les da tiempo de esconderlos:
se escapan de sus labios, como burbujas
que rápidamente estallan ¡MUAC! antes de llegar a su destino:
una mejilla, unos labios, el dorso de la mano.
Y en cartas, también hay besos escondidos en cartas,
en los insectos de las letras que confiesan un amor,
en el cofre del pirata enamorado,
y en la piel viscosa del sapo.
Hay besos en la estantería del alquimista
que fabrica besos, en algunas de sus pócimas secretas,
y en algunos libros hay también
durmiendo entre páginas cerradas.
Los besos se esconden dentro y fuera:
en la vuelta de la esquina el viento se parece por ejemplo
a un beso en la mejilla,
y la luz del sol, cuando es muy fuerte,
es también un beso en los ojos que guiñamos.
Hay besos escondidos en fotografías enmarcadas,
besos que se ocultan en prendas de ropa
incluso después de lavadas.
Y, cómo no, hay también besos que se olvidan,
a los que se les borra el nombre y el rostro
o se les confunde: besos un poco menos
verdaderos, pero besos al fin y al cabo.
Hay besos en cajas y cajones, en archivos,
y en páginas de libros hay también besos escondidos,
esperando a que alguien los descubra
y les dé vida.
Besos que fueron y no fueron. Roger Olmos / David Aceituno.
Ed. Círculo de Lectores.