viernes, 5 de julio de 2013

¿Acaso sabes lo que supone vivir una guerra?








  Ayer mientras compraba el pan escuché una conversación entre Pedro, el tendero, y un cliente. Ambos rondan los setenta años. Las últimas palabras que se dijeron antes de despedirse fue: vinimos a este mundo a trabajar. Fue lo que nos tocó...trabajar para nuestros padres...trabajar para nuestros hijos...y ahora, parece que también nos va a tocar trabajar para nuestros nietos. Me llevó a otra frase que dijo mi madre cuando, hace unas semanas, ella, mi tía y yo comparábamos nuestras manos. Las tres tenemos manos pequeñas y cuadradas. De trabajadoras dijo mi madre. De sanadoras respondí yo. Tu hija las tiene diferentes añadió. Y algo en mí, sin saber por qué, se alegró.


 Cuando miro estas imágenes y pienso que mis padres nacieron en aquellos años...y que los padres de muchos de los que hoy se quejan tanto de sus vidas y de la situación de España fueron esos niños cargados a hombros de otros padres que trataban de protegerlos del horror...no siento más que admiración. Se me llenan los ojos de lágrimas por lo mucho que he recibido de personas que recibieron tan poco. 



 Que su esfuerzo no sea de nuevo convertido en cenizas por aquellos que...desde una ira inconsciente (porque la ira consciente de sí misma es otra *)...no son aún capaces ni de agradecer ni de construir en una tierra más húmeda, más fértil, que la que pisaron esos pequeños y asustados pies. 




 * La ira consciente no nace en la vísceras. No se manifiesta en la avidez, ni en la abundancia complaciente, ni en la frustración o el rechazo, ni en la sensación de soledad, ni en la falta de autorreconocimiento. Está siempre al servicio de la vida y la verdad y se sabe flecha dirigida.





 RSB