lunes, 18 de junio de 2012

El JARDINERO FIEL (1)





                                              Cementerio de un pueblo en la zona de Exmoor, Inglaterra. RSB





 Mi tío sólo había cursado enseñanza primaria y vivía en el nuevo país tal como había vivido en el viejo: sabía arreglar unas guarniciones de caballo pero no era capaz de arreglar nada que tuviera piezas que funcionaran con electricidad, sabía gobernar un buey pero no conducir un automóvil, jamás había tenido un aparato de radio pero podía pasarse horas narrando cuentos hasta el anochecer, sabía hilar y tejer un lienzo pero no acertaba a comprender qué llevaba a la gente a subir en una escalera mecánica. En una ocasión, un hombre vestido con traje se acercó a nuestra verja para intentar vendernos una póliza de seguros. El tío Zovár no comprendía por qué razón tenía que comprar un «sic-ur-ou», si se trataba de apostar en contra de su buena salud. El hombre le dijo a mi tío que era un «palurdo ignorante». Pero es que aquel vendedor no conocía a mi tío, no sabía que su vida había sido arrasada por el fuego hasta los cimientos y que, a pesar de todo, seguía mostrándose bondadoso con los niños y cariñoso con los animales y seguía creyendo que la tierra era un ser vivo, con sus propias esperanzas, necesidades y sueños. (...)



 ¿Qué significa vivir con la experiencia de una guerra y los recuerdos de la misma dentro de uno?. Significa vivir en dos mundos. Uno de ellos busca la esperanza mientras el otro se siente desesperanzado. Uno busca algún sentido a lo sucedido mientras el otro está convencido de que el único sentido de la vida es que la vida carece por completo de sentido. En cada uno de los miembros de mi familia que tanto habían sufrido coexistían dos personas en conflicto. Una de ellas vivía la vida del nuevo mundo, mientras que la otra huía, huía de los recuerdos del infierno que surgían inesperadamente y la perseguían sin descanso. Los fantasmas se presentaban de repente llamados por el chasquido de una puerta, un gato en celo maullando en plena noche, el inocente perro que rascaba la cancela para entrar en la casa, una súbita ráfaga de viento que, agitando una cortina, provocaba que un jarrón se cayera de una mesa y se rompiera. Las cuestiones cotidianas podían causar terror, lágrimas o repugnancia: el olor de cierto aceite para armas de fuego, la primera nevada y la sangre reciente de un ciervo destripado para servir de alimento, cierta clase de dolor en los huesos provocado por el trabajo en el campo, un viejo relato acerca de un velo de novia, el rumor de las pezuñas del ganado sobre una alcantarilla de metal, un repentino silbido de tren y el sordo retumbo del largo caballete.
 En el espíritu de mi tío se libraban unas guerras que, según él mismo decía, le hacían recordar «demasiado». Guerras entre la muerte de la esperanza y la esperanza de la muerte, la esperanza de la vida y una vida de esperanza. A veces el único alto el fuego posible tenía que negociarse mediante un tratado firmado gracias a una gran cantidad de aguardiente y vodka.



                          
  El Jardinero Fiel 
de CLARISSA PINKOLA ESTES





                                             https://youtu.be/wLy99dwbzZE