viernes, 29 de junio de 2012

El Mito de INANNA




                                                                   El circo azul. CHAGALL.




 Inanna era la reina del Cielo y de la Tierra. Atendiendo a las noticias de que su hermana, la diosa Ereshkigal, reina del Inframundo, sufría grandes dolores, decidió visitarla. Inanna suponía erróneamente que bajar a su mundo era una fácil empresa. Sin embargo, descubrió que el poder y la autoridad que detentaba en la superficie de la Tierra no ejercía inflluencia alguna en el trato que recibiría en el Inframundo.

 Inanna llamó imperiosamente a la puerta de los infiernos, pidiendo que le abrieran. El cancerbero le preguntó quién era, y a continuación le dijo que para pasar debía pagar un precio. Siete eran las puertas, no una sola. En cada una de ellas, el cancerbero le pidió que, si quería atravesarlas, tendría que desprenderse de una prenda de vestir. En cada ocasión, Inanna, sorprendida por semejante procedimiento, replicó indignada: "¿qué significa ésto?". En cada ocasión, recibió la siguiente respuesta: "Silencio, Inanna, pues los designios del Inframundo son perfectos. No han de ponerse en duda".

 Tuvo que despojarse de su magnífico tocado, la corona que representaba su autoridad, en la primera puerta. El collar de lapislázuli le fue arrebatado en la segunda puerta, y hubo de desprenderse de la doble hilera de ricas perlas que orlaba su busto en la tercera. Quedó desnuda de su peto en la cuarta, y de su brazalete de oro en la quinta. En la séptima puerta se desprendió de su túnica regia. Desnuda y humillada, entró en el Inframundo.

 Una y otra vez, en cada puerta, la despojaban de los símbolos de poder, prestigio, riqueza y abolengo. Una y otra vez, en cada puerta, el abondono de uno de los elementos de su vestuario era acogido con sorpresa. Una y otra vez decía: "¿qué significa ésto?", y recibía como respuesta: "Silencio, Inanna, pues los designeos del Inframundo son perfectos. No han de ponerse en duda".

 Inanna estaba desnuda y cabizbaja cuando penetró en el Inframundo; en su descenso había sido humillada y desprovista de sus atributos, pero la ordalía aún no había concluido. Cuando se presentó ante Ereshkigal, ésta contempló a Inanna con los lúgubres ojos de la muerte y cayó fulminada. Entonces colgaron el cuerpo de Inanna de un gancho, y tres dias más tarde comenzó a descomponerse y se convirtió en un montón de carne putrefacta.

 Cuando Inanna partió para el Inframundo, su leal amiga Ninshubur la acompañó hasta la primera puerta y recibió instrucciones. Tenía que esperar allí hasta que Inanna regresara, y si no lo hacía en los siguientes tres dias con sus noches, su supervivencia dependería de ella. 
 Transcurridos tres dias y tres noches, y como Inanna no regresaba - porque ahora yacía colgada de un gancho en el Inframundo y se había convertido en un amasijo de carne en descomposición -, la leal Ninshubur siguió las instrucciones  meticulosamente. Para que todos se enteraran, elevó quejumbrosas endechas, tocó el tambor en las asambleas y fué a pedir ayuda a los dioses primigenios. Se postró ante cada uno de ellos diciendo: "No dejes que tu hija Inanna perezca en el Inframundo". Los dos primeros dioses a los que acudió no quisieron que los apuros de Inanna les turbaran, y reaccionaron airados ante la sola petición de ayuda. El tercer dios se sintió afligido y confuso, quiso escuchar lo que le había ocurrido a Inanna y actuó de inmediato, de un modo curioso. Se limpió la parte inferior de las uñas y se extrajo la mugre y las virutas, o lo que allí hubiera, y modeló dos pequeñas criaturas. Carecían de sexo y podían volar y atravesar, inadvertidas, las siete puertas, colándose por diminutas grietas; eran demasiado pequeñas para ser descubiertas, acaso del tamaño de moscas. El dios entregó a una de ellas unas gotas del nectar de la vida; a la otra le dió unas migajas de ambrosía. Les advirtió que encontrarían a Ereshkigal lamentando su dolor, gritando como una mujer dando a luz, desnuda, con los pechos descubiertos y el cabello enmarañado, y que debían responder compasivamente a sus lamentos.

 Cada vez que Ereshkigal aullaba de dolor: "¡Ay, mis entrañas!", las criaturas aullaban: "¡Ay tus entrañas!". Cada vez que gritaba: "¡Ay, mi espalda!¡Ay, mi vientre!¡Ay, mi corazón!", ellas replicaban aullando, gimiendo y suspirando con una extraordinaria virulencia, y al hacerlo presenciaron y compartieron su dolor, hasta que al fín éste se desvaneció. A partir de ese momento, Ereshkigal dejó de ser la diosa iracunda y lúgubre cuya sola visión ocasionaba la muerte. Por el contrario, ahora se mostró agradecida y generosa. Les concedió el deseo de llevarse el cadaver en descomposición que había sido Inanna. Uno de los emisarios vertió las gotas de agua de la vida en sus labios muertos; el otro le hizo ingerir las migajas de ambrosía. Así, Inanna se levantó de entre los muertos, dispuesta a abandonar el Hades y regresar al Empíreo.

 Sin embargo, nadie regresa del Inframundo sin estigmas...

 Tocar fondo, de una u otra manera, es una caída en el sufrimiento. El descenso a tus propios abismos psicológicos para reunirte con tu dolor, los lamentos y la ira que hay allí. Ese lugar en el que un hombre o una mujer es a un tiempo la doliente Inanna y la doliente Ereshkigal.

 Cuanto ha sido negado y reprimido permanece vivo en los Infiernos...





        JEAN SHINODA BOLEN. Fragmentos del libro El Sentido de la Enfermedad. Editorial Kairós.