Querida,
el domingo te llamé y hablé con tu niña.
Dormías.
Hablamos de Manolo y de la terrible noticia.
"No lo aparto de mi corazón. Estoy baja de energía y alta de tristezas"
Ella me contestó que a tí te pasaba lo mismo O MÁS.
Lo mismo no. La cercanía aumenta la intensidad, la onda expansiva del terremoto te pilla tan cerca que todo se parte.
Yo, aunque mucho más lejos, quiero silencio para apartarme de la normalidad. La vida discurre, todo sigue, y yo queriendo hacer un altarcito, allí donde voy, donde preguntar, maldecir y aceptar la devastación y la vida. El dolor de otros que me recuerda tanto al mío. El dolor de otros que abre paso a mis miedos bien escondidos y salen éstos sin maestro que les cuide de las correrías de patio. El dolor de otros, con cuerpo y esencia propia. Dolor agarrado a las venas, al pensamiento, el cuerpo entero, a los ojos, la pena como niebla espesa que no deja ver, solo dentro, comiendo el presente.
Saber cómo estás, hermana, eso quiero.
Saber cómo estás, hermana, eso quiero.
Ayer lunes cole y salimos a las 7. Luego compra y costillas a la barbacoa.
Hoy baloncesto, también hasta las 7, y luego decathlon, zapatillas y algún chandal, calcetines. La vida no da tregua pero sigo montando mi pequeño espacio de oración, de piedad, que recoja la marea llena de algas rotas, vagando ya sin rumbo, como los días ignorantes en que uno no sabe qué puede acontecer a la vuelta de unas horas, una llamada, el día que levanto caliente y movido, mil cosas que hacer, para, de repente, paralizados, saber que habrá un antes separado brutalmente de este presente que sólo pide dormir en posición fetal.
Esta noche te llamo.
Mi corazón de madre, mi corazón terroso, guarda silencio.
Será que llueve.
Aguardo un tiempo mejor.
Manolo en mi pensamiento y también tú.
Rezo a tu lado, hermana.
Te quiero siempre.
SCG