domingo, 13 de enero de 2013

La princesa que no tenía reino





Atardecer en casa. RSB

Ilustración de Sarah Gibb





 Erase una vez una princesa que no tenía reino. Lo que sí tenía era una pequeña poni llamada Preciosa y una carroza. Cada día la princesa cogía su poni y su carroza y salía en busca de su reino.
 Cuando llovía se tapaba con un paraguas rojo para no mojarse, y allá donde iba, todo el mundo le preguntaba:
 -¿Has encontrado ya tu reino, Princesa?
 Ella sonreía con tristeza y negaba con la cabeza. Pero nadie dudaba de que, aunque no tuviera reino, era una auténtica princesa. Para empezar, parecía una princesa. Y, además, ¿acaso no se llamaba Princesa?.


 La princesa sin reino no era rica como la mayoría de las princesas, pero ganaba algo de dinero repartiendo delicados paquetes con su carroza. Llevaba cosas que no podían enviarse por correo, como huevos de avestruz a punto de romperse, o envíos especiales, como un perro cojo o una abuelita rebelde. Y allá donde iba repartiendo paquetes, la princesa buscaba su reino.
 -Tiene que estar en alguna parte -le decía a Preciosa al oído-. No se puede ser princesa sin tener un reino. Y Preciosa, que parecía entenderlo todo, asentía con la cabeza.



                   La princesa que no tenía reino. Texto URSULA JONES. Ilustraciones SARAH GIBB. 
                                                                    
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