lunes, 10 de septiembre de 2012

Cataratas Paraíso



9 de septiembre 2012

Carl Fredricksen lo tiene todo perdido. 

El loco explorador Charles Muntz ha intentado quemar su casa y  apresado al hermoso Gamusino. Nada de lo que está pasando contaba en sus planes pero ahí está, sin maniobra, harto de tirar de una casa sostenida por globos, tirar de un niño, Russell, que habla y habla, se para ante cualquier arbustro y se ha colado  en este viaje absurdo para incluir una responsabilidad innecesaria. Además, les sigue sin piedad un perro pesado y excesivamente fiel, cuya alegría le desquicia. 


Charles Muntz ha puesto en peligro lo que más ama, sus recuerdos, su Ellie o lo que queda de ella. Toda una vida contenida en una casa. El fuego casi acaba con todo pero ha logrado salvarlo. El milagro aún se mantiene malamente suspendido en el aire.

Cansado, agotado, sin entender, por falta de reflexión, de tiempo, de perspectiva en el alma, en esa noche de cansancio infinito, grita al niño, grita a Dog: "no eres mi perro ni yo soy tu amo. Vete. Y ahora, cueste lo que cueste, llegaré a las Cataratas Paraíso".

El perro se gira y abandona la escena con un paso lento que recorre una tristeza larga y densa como el camino en soledad al que se enfrenta. Russell, el pequeño explorador, sigue a Carl, sin convicción, vacío de su inocencia por primera vez en el metraje y nosotros mantenemos la mirada encogida, respirando con menos ritmo, sabiendo que todo lo que está sucediendo es contrario a lo que debería ser. 

Carl llega por fin a las Cataratas Paraíso. Su sueño cumplido. Suelta la cuerda con la que arrastra su vida y su escueto anhelo. Ve caer el agua y la imagen se aleja. Es inmenso. Toda una vida con una imagen en la retina que ahora es tierra que pisa. Ha llegado a su destino. Ya puede descansar.

Entra en la casa. Su casa. Comienza a colocar. Endereza una lámpara. El sillón de Ellie, el suyo. Pesadamente se agarra a los brazos de su asiento y por fin se entrega con quietud a reposar sobre su meta.

Entonces se gira y ve el “Diario de Aventuras” de aquella niña que lo cambió todo. Lo toma, pasa las hojas con reverencia. Allí está el hueco desierto y coloca lo que queda de la imagen de las Cataratas de Ellie. Y pasa una hoja más: sellos de viajes, de animales, hojas de árbol pegadas y aplanadas por el tiempo y la paciencia, recortes, fotos de playas, montañas, lugares hermosos, aventuras por vivir, un collage hecho con mimo, mil veces repasado, como el tesoro que es.

Pasa otra hoja. Con letra infantil: “Cosas que voy a hacer”. 

Cierra los ojos. Ella no pudo cumplir uno  solo de los sueños que perseguía.  Aprieta sus párpados conteniendo la frustración y el fracaso de la vida que no pudo ser. Y sin querer ve que las hojas siguientes no están vacías. Tras ese gran anuncio de "todo lo que iba a ser” le siguen las fotos de la mujer joven, madura y anciana que fue. Fotos de una vida, siempre riendo, siempre a su lado, siempre intensa y verdadera. La mayor hazaña, el mejor regalo, el viaje soñado y de su mano. Fotos de una vida hermosa.

Y Carl se emociona sorprendido, comprendiendo que ella tomó el pasaje, hizo su vuelo, su viaje mágico. No pudo haber mejor ventura. Distinto a lo soñado, si,  pero a Ellie eso no pareció importarle.

Y aquella aventurera, la intrépida que robó su corazón, a distancias imposibles de su lado, tiene arte para un último regalo, casi  accidental, pasar la hoja ha sido un descuido. 

Al final de todo, una última página, una última foto, y unas letras.

“Gracias por la aventura.
Ahora te toca a tí una nueva.
Te quiero.    Ellie”



Puede que lo que vivamos no sea lo soñado, Luis,  pero eso nunca importara.
Vuela.
Vive tu aventura sea la que sea.




Te quiero siempre
SCG