miércoles, 5 de septiembre de 2012

Historias de Hospital




 Una mujer llega sangrando. Sangra por vagina. Sangre roja y muchos coágulos. Su marido junto a ella en silencio. El médico pregunta y ella cuenta su historia...hace un año un infarto...sí, tomo medicación antiagregante...ya, ya sé que es raro que una mujer con 45 años tenga un infarto...sí, siempre sangro mucho cuando menstruo...Su marido continúa junto a ella en silencio. Me quedo a solas con ellos y acabamos hablando de su trabajo, de su familia...Tengo un puesto de dirección. Mucho estrés, por supuesto, pero me gusta mi trabajo y no quiero dejarlo...Sí, un hijo de 12 años. Le comento que tiene un marido que inspira serenidad y le miro sonriendo invitándole a participar en la conversación. Contesta: Sí, pero demasiado tranquilo. Eso también me pone nerviosa y me estresa.

 Ella me gusta. Parece una mujer fuerte; de esas que cuando todo se hunde permanecen agarradas al timón controlando que todo el mundo sobreviva a la catástrofe aun a riesgo de su propia vida.
 El me inspira serenidad y ternura. Es suave en sus movimientos. Te escucha con atención y permanece a su lado a pesar de las quejas de ella que insiste en que se vaya a casa con su hijo. Su mirada me gusta. Mira de frente y a los ojos.

 Cada vez que me acerco a cambiarle las compresas llenas de sangre prefiere hacerlo por sí misma. Está débil y su piel palidece por momentos, la tensión arterial disminuye...pero ella no quiere ayuda. Una de las veces en que me aproximo observo una escena que me emociona: él con manos inseguras pero solícitas trata de lavarla mientras ella no deja de decirle lo torpe que es. 


 La sangre...la vida...se nos escapa de las manos mientras tratamos de controlar todo lo que nos rodea. Nos quejamos de lo que no tenemos, de lo que no nos dan. Rechazamos lo que no es a nuestra imagen y semejanza. Quizás sólo tengamos que parar...y observar...para sentirnos afortunados y bendecidos por La Vida.

 RSB



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